De pronto levanto los ojos de
la copa, y estas ahí, sosteniendo la tuya, preguntándome qué me parece. Tus
ojos se encuentran con la copa, con mis ojos y mis ojos con los tuyos. Más que en una servilleta, puedo ver mejor el color del vino en contraste con tu piel. Quiero
que este vino no se acabe y que tu mirada sobre la mía tampoco. Que la sonrisa
sea eterna, que me quieras la mitad de lo que yo te quiero, que conservemos
este momento en una cava.
Un buen vino, es aún mejor con una buena historia… Alguien me dijo una vez, que
los vinos tienen más historia que geografía, y nada es más cierto que eso. Mover
una copa de vino, sentir su aroma, su sabor, su mutación, su color, su textura.
Amo los vinos con final de boca y las historias con el mismo final, en boca.
Pero es en ese momento que
vuelvo a levantar los ojos y que ya no estas, que todo se esfuma, que mi mirada
ya no es azul. Ya no puedo soñarte despierta, ya no puedo sentirte conmigo, ya
no puedo simplemente mover mi copa y oxigenar las esperanzas, ya no puedo
simplemente decantar mi mar de dudas.
Sólo tengo una copa, y vos, mi hombre imaginario, mi cielo inventado. Hay tanta
complejidad en mi copa, hay tanta duda en tus ojos, que en realidad son los míos.
Quiero quererme la mitad de lo que te quiero.
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